martes, 23 de junio de 2015

La caza del fascista

¿Es un delito tener simpatía por el fascismo o por ciertos aspectos de él? ¿Es un estigma ser señalado como “extrema derecha”, “ultra” o cualquier otro adjetivo que se utiliza de forma despectiva e insultante por parte de esa izquierda chekista y esa derecha nauseabunda? Indudablemente no. La libertad existe, aunque también existe su coartación, las piras purificadoras, las leyes que cercenan la libertad, las prisiones para los disidentes políticos y las…checas sociales.

Viven algunos en una paranoia constante en busca del “fascista”, sinónimo posmoderno de malo, violento, machista, irrespetuoso, insolidario, intolerante, en definitiva, equivalente a portador del mal. La veda lleva décadas abierta: Todos a la caza del “fascista”. Fascista fue el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Fascista fue Andreu Nin, cuyos restos aún no han sido encontrados oficialmente. Fascista fue Fraga. Zapatero es fascista. Los Mossos d’Esquadra son fascistas. Sabino Arana, es nazi. Fidel Castro llama fascista a Obama, y los anticastristas llaman fascista a Castro. Basta buscar en Google para volverse loco al comprobar que unos y otros, derechistas e izquierdistas, trotskistas y estalinistas… se acusan mutuamente de fascistas.

Todos los que no piensan como “dicen” que tenemos que pensar, o todos los que piensan como tienen que pensar, pero interesa mancharles su pulcra hoja de servicios al Sistema, son calificados de fascistas. Rizando el rizo del absurdo, y de lo grotesco, se afirma que Tintín es racista y fascista, Asterix y Obelix son fascistas y nazis… y los Pitufos nazis y racistas.

Dicen, los “cazafascistas” querer expulsar a todos “fascistas” de los barrios, de la Universidad, de los pueblos, de los puestos de trabajo…

Quieren negar la palabra, la libertad de expresión, los derechos constitucionales a los que señalan como fascistas… y en el peor de los casos animan a que sean agredidos. No hace falta hacer mucha memoria para recordar a las miles de mujeres francesas, belgas, italianas… que fueron vejadas, agredidas y violadas por el simple delito de haberse enamorado de un “fascista” durante la II Guerra Mundial, todo ello jaleado por milicianas comunistas.

Los jueces actúan de cara a la opinión pública. En efecto, los juicios por opinar “a lo fascista” o por editar libros “fascistas” están politizados, la sentencia esta dictada antes del juicio: ¿Cómo van a legislar reconociendo a los “fascistas” derechos? ¿Van a exponerse a ser descalificados, insultados y cuestionados por juzgar a un “fascista” imparcialmente? ¿Qué es un fascista en comparación con su bienestar personal?

La periodistas escriben siempre contra los “fascistas”, si publican lo contrario tienen el despido asegurado… ¿Alguien conoce a un “fascista” bueno o algún amable retrato -por los medios de comunicación- de alguno de ellos? ¿Alguien ha visto algún reportaje, alguna serie de televisión, alguna película, o alguna historia literaria donde un “fascista” sea bueno en vez de tonto, sangriento y malévolo?

¿Alguien conoce a un “fascista” agredido? Parece que como los gatos alrededor de restaurantes chinos: no se ven ni se oyen. ¿Que extraño verdad? O ¿no?

Hay infinidad de hechos (falsos, pero que servirían para un buen guión de lo absurdo) que llenarían páginas y páginas de cómics, u horas de monólogos humorísticos en los escenarios, sobre presuntos “fascistas” y hechos “fascistas” que nada tienen que ver con “fascistas” pero que tienen que presentarse como tales, para vender la imagen que interesa de los malos y perversos ovíparos de la serpiente del mal.

¿Por qué digo todo esto? ¿Pretendo justificarme del calificativo de fascista? ¿Voy a negarlo o a aceptarlo? La verdad es que no tengo que dar muchas explicaciones. Yo soy lo que dicen mis escritos, lo que dicen quienes de verdad me conocen, lo que afirman mis palabras y acciones, me da igual que coincidan con Mussolini o con el Che, con Kim il sung o con el bueno de Rompetechos. No me interesan los adjetivos ni lo que opinen de mi, ciertos energúmenos profesionales de la cizaña, de la mentira y del cuento.

Juan Antonio Llopart

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